Editorial

Día de muertos y Halloween

Este 1 y 2 de octubre se conmemoran a los muertos en México, tradición que tiene su origen en las culturas indígenas de México, remontando hasta 2,5000 a 3,000 años atrás, en rituales celebrando la muerte de ancestros.
El festival originalmente ocurría en el sexto mes del calendario azteca y la celebración duraba el mes entero. Para la Iglesia Católica el culto a los muertos se remonta por lo menos al año 1,800 antes de Cristo. Los mexicas lo tenían muy arraigado, tanto que en su calendario existían dos meses dedicados a esa celebración.
Esta tradición que ha manifestado a través de la historia de México cambios emblemáticos, la aportación de la Iglesia Católica a la celebración, es que designó a la fiesta de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, que se celebran los días 1 y 2 de noviembre, respectivamente.
El Día de los Muertos o la fiesta católica de los Fieles Difuntos ha tenido sus citas más celebradas en la isla de Janitzio, al centro del lago de Pátzcuaro (Michoacán), en Oaxaca capital y en el poblado de Mixquic, muy cercano al Distrito Federal, declarado por la UNESCO como Patrimonio Oral o Inmaterial de la Humanidad. Han sido diversos los actos, mezcla de religiosidad popular, paganismo y catolicismo, que llevan a cabo las familias y las comunidades de la vasta porción central y sureña de México.
En particular, destacan los «altares» en los que las familias o los barrios recuerdan a sus difuntos. Un «altar» tradicional –aunque ya se han ido borrando de la memoria de miles de mexicanos– está confeccionado en siete niveles, cada uno forrado de tela de color negro que representa los siete pecados capitales que, en vida, habría cometido el difunto.
Se llega hasta él por un camino de arena, rodeado de veladoras encendidas. Espejos y agua son dos elementos que no pueden faltar en los «altares» mexicanos.
El espejo para que el muerto –que ha de venir el 2 de noviembre– vea su reflejo y el agua para que la beba y retome fuerza tras el viaje.
Al «altar» se le pone la imagen de un santo, generalmente el santo de la devoción propia del fallecido o de su familia, su comunidad, su barrio o su ciudad.
También una cruz realizada, tradicionalmente de frutas como el tejocote o la lima, objetos personales, comida predilecta, una fotografía de la persona muerta y el pan de muerto. Éste último es una tradición gastronómica que florece cada año con mayor fuerza.
Se trata de un pan redondo, de harina, azúcar, huevo y manteca al que se adorna con figuras que asemejan fémures en la parte superior.
Se le ofrece a los muertos y a los vivos, en señal de comunidad y de participación de la vida en la muerte o de la muerte en la vida. La noche del 2 de noviembre transcurre entre rezos cristianos y cantos de la antigüedad prehispánica en un memorial profundo y sobrecogedor de los muertos, reminiscencia de la creencia indígena de que a los difuntos se les tenía que agasajar para que pudieran contentar a los dioses que dirigían el mundo hasta en sus últimas determinaciones.
A partir de la conquista y la evangelización española (siglo XVI) el Día de los Fieles Difuntos ha sido una cita obligatoria en el calendario litúrgico del país.
Quizá el color más representativo de estas fiestas es el amarillo que proviene de la flor de cempasúchil, una flor de tono amarillo casi rojizo que era usada por los aztecas en las ceremonias con las que enterraban a sus muertos.
También llamada «la flor con cuatrocientas vidas» el cempasúchil, según la tradición prehispánica, representaba a los muertos y su aroma era el camino para que éstos fueran y regresaran desde la tierra al lugar donde se encontraban sus almas.
La Iglesia católica en México ha intentado y sigue intentando evangelizar la fiesta, aunque se constatan todavía en algunos ambientes costumbres paganas. No ha tratado de atropellar las costumbres y tradiciones indígenas, sino más bien transformarlas y darles un sentido cristiano.
Por esto se sigue la costumbre de visitar los panteones y llevar flores a las tumbas, ya no porque se crea que los muertos regresarán con su visita, sino porque se quiere expresar el afecto por la persona fallecida y sobre todo para dedicar oraciones a Dios por su alma.
Lo mismo sucede con los «altares» de muertos a los que las familias cristianas han añadido un crucifijo –en recuerdo de su muerte.
En Querétaro se realiza una solemne y espectacular marcha llamada del «Silencio» donde quienes participan lo hacen descalzos e infringiendo a sus cuerpos autoflagelaciones como purificación de sus pecados.
No obstante, ¿quién no recuerda la niñez donde salían los niños con cajas de cartón y una velita a pedir las Calaveritas? Cabe destacar que por otra parte y en estos tiempos modernos, el Halloween ha incursionado y se celebra por niños y adultos. Los niños usan disfraces y van de visita de puerta en puerta pidiendo dulces («trick or treating»). La petición pide un «premio» y si no se recibe, se amenaza una «treta» o «maldad».
Los disfraces tradicionalmente son para inspirar miedo u horror, pero ahora son de cualquier tema, desde lo común hasta lo fantasioso.
Algunos juegos populares del día son el coger manzanas flotando en una tina de agua («bobbing for apples») y visitar «casas embrujadas,» lugares preparados con sorpresas para asustar a los visitantes. Los adultos ahora disfrutan de Halloween con fiestas de disfraces, muchos de los cuales no tienen nada que ver con temas sobrenaturales o de horror.
Al parecer el Halloween tiene raíces paganas y está ligado a los celtas (población mayormente de las áreas que hoy día son el norte Europa y las Islas Británicas), y su festival llamado «Samhain» (principio de invierno.
En esa noche, se pensaba que la puerta al «Otro Mundo» se abría para que las almas de los muertos pudiesen entrar a nuestro mundo.
En el vecino país de Estados Unidos el HALLOWEEN se realiza con disfraces que los niños portan y llenan las calles tocando a las puertas para recibir dulces, sin embargo, los adultos en ese país del norte, al igual que en Canadá portan disfraces con alguna connotación sexual.
Ahora, en México existe esta diferencia cultural antagónica, donde dos tipos de celebraciones delimitan ciertas características diferentes y que dan lugar a una especie de fusión mitológica sobre la muerte.
En fin, cada quien es libre de recordar y conmemorar a sus muertos de manera particular, sin embargo, sería una lástima perder aquellas tradiciones tan nuestras en un proceso de adaptación de tradiciones que sobre todo se manifiesta en diferentes sectores de la sociedad en México.
Por lo pronto, y ya en el umbral del Día de Muertos, aquí en Querétaro la Secretaría de Salud Estatal recomendó a la población que asistirá a los panteones a mantener las medidas necesarias que la pandemia de Covd-19 exige y además, no llevar a niños y adultos mayores a los panteones el 1 y 2 de noviembre.

Pero, como siempre, la mejor opinión usted la tiene.